La Ley 10/2015, de 26 de mayo, para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, establece en su artículo 11.2, letra c), que corresponde a la Administración General del Estado, a través del Ministerio de Cultura y Deporte, en colaboración con las Comunidades Autónomas, «la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial mediante la Declaración de Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial».
El artículo 12 de la citada Ley 10/2015, de 26 de mayo, regula el procedimiento de declaración de Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, señalando que el mismo se iniciará de oficio por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, bien por propia iniciativa, a petición razonada de una o más Comunidades Autónomas o por petición motivada de persona física o jurídica.
Lo hórreos presentes en Galicia, Asturias, León, Cantabria, Navarra y País Vasco trascienden su función material originaria para desempeñar un papel esencial como marcadores culturales y expresiones de identidad colectiva, vinculados a prácticas sociales, saberes transmitidos, memorias compartidas y representaciones simbólicas.
La declaración tiene como objetivo garantizar la salvaguarda de esta dimensión inmaterial, incorporándola de forma explícita en los procesos de identificación, documentación, estudio y difusión del patrimonio cultural, reforzando su reconocimiento y asegurando su transmisión intergeneracional.
El interés en declarar «Los hórreos del norte de la Península Ibérica como vehículos y expresión simbólica de identidades y sentimientos de pertenencia» como Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial viene justificado por tratarse de un conjunto de construcciones elevadas de tradición popular que, más allá de su materialidad, actúan como depositarios y transmisores de significados culturales y sentimientos de pertenencia. Su dimensión inmaterial se manifiesta en conocimientos y técnicas constructivas de transmisión oral, usos comunitarios, regulaciones consuetudinarias, referencias en la tradición oral, así como en celebraciones y prácticas culturales que los incorporan como elemento identitario. Estos valores simbólicos configuran un capital cultural que contribuye a la cohesión social y al fortalecimiento de las identidades locales y regionales, manteniéndose vivo gracias a la interacción constante entre las comunidades portadoras y el bien, lo que asegura la continuidad y recreación de sus significados en el tiempo.
Sin embargo, los hórreos del norte peninsular se enfrentan a riesgos y amenazas diversas en función de su emplazamiento como la pérdida de la función social y simbólica por la progresiva desvinculación del hórreo de la vida comunitaria, la descontextualización cultural, el abandono, escasez de profesionales para su construcción y mantenimiento, etc.
Por tanto, considerando la trascendencia de los hórreos del norte de la Península Ibérica como valor patrimonial inmaterial y teniendo en cuenta además que la consideración en conjunto de esta manifestación requiere para su específica comprensión una consideración unitaria, más allá de la propia que pueda recibir en una o varias Comunidades Autónomas y habiendo informado el Consejo del Patrimonio Histórico Español, la Universidad Pública de Navarra, la Universidad de Oviedo y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando,
La Dirección General de Patrimonio Cultural y Bellas Artes resuelve:
Iniciar el expediente para la declaración como Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de «Los hórreos del norte de la Península Ibérica» como vehículos y expresión simbólica de identidades y sentimientos de pertenencia, por concurrir en la misma las circunstancias previstas en las letras c), e) y h) del artículo 2 de la Ley 10/2015, de 26 de mayo, para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial.
Disponer, en virtud del artículo 12.4.a) de la Ley 10/2015, de 26 de mayo, así como del artículo 83 de la Ley 39/2015, de 1 de octubre, del Procedimiento Administrativo Común de las Administraciones Públicas, la apertura de un periodo de información pública, a fin de que cuantos tengan interés en el asunto puedan examinar el expediente en las dependencias de la Subdirección General de Gestión y Coordinación de los Bienes Culturales de la Dirección General de Patrimonio Cultural y Bellas Artes del Ministerio de Cultura (Plaza del Rey, 1, Madrid), y en todo caso, las personas que lo soliciten a través de medios electrónicos se pondrá a disposición en la sede electrónica correspondiente, con el fin de alegar lo que estimen conveniente por un periodo de veinte días a contar desde el día siguiente a la publicación de la presente resolución en el «Boletín Oficial del Estado».
Tramitar el correspondiente expediente de declaración de Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, de acuerdo con lo previsto en la Ley 10/2015, de 26 de mayo.
Comunicar la incoación al Inventario General de Patrimonio Cultural Inmaterial para su anotación preventiva.
Madrid, 3 de septiembre de 2025.–La Directora General de Patrimonio Cultural y Bellas Artes, María Ángeles Albert de León.
1. Justificación de la declaración
Los hórreos son arquitecturas populares que fueron diseñadas en origen para guardar las cosechas y alimentos, orearlos y conservarlos a salvo de roedores y alimañas. Su principal seña de identidad es que se levantan sobre pilotes o pies derechos que los aíslan del suelo, para favorecer su ventilación interna y evitar el acceso de animales; de ahí que suelan adjetivarse como graneros aéreos, elevados o palafíticos. En España, este tipo de construcciones se localizan en toda la fachada atlántico-cantábrica, en los actuales territorios de Galicia, Asturias, León, Cantabria, Navarra y País Vasco.
Más allá de su materialidad –su estructura arquitectónica–, los hórreos presentes en mayor o menor densidad en el norte peninsular son portadores de un capital simbólico de primer orden, que se expresa en su capacidad para vehicular sentidos de pertenencia, actuar como marcadores culturales y como referentes identitarios compartidos por generaciones.
Los hórreos del norte peninsular constituyen una unidad de significado, en tanto que conjunto de reacciones al decurso histórico; bien sea a través del cambio –en formas constructivas, materiales, funciones, modas artísticas y significados– o mediante el estancamiento. Pese a sus aparentes diferencias, estos hórreos conforman las dos caras de una misma moneda, cuyas dualidades –dinamismo/inmovilismo, vitalidad/extinción, presente/pasado– lejos de resultar antagónicas, funcionan en complementariedad. Los hórreos constituyen un modelo cultural de respuesta, que refleja las diversidades, similitudes y disimilitudes de las comunidades del norte peninsular.
El valor patrimonial inmaterial de los hórreos reside en su función simbólica y social: han sido y siguen siendo lugares de memoria, hitos visuales y espacios cargados de significados asociados a prácticas, relatos y modos de vida tradicionales. La pervivencia de estas funciones no se limita a la conservación física de la estructura, sino que se materializa en la recreación constante de significados, en las prácticas sociales vinculadas y en el reconocimiento colectivo que las comunidades mantienen hacia ellos.
En coherencia con la Convención de la UNESCO para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial (2003), los hórreos cumplen los cinco ámbitos de patrimonio inmaterial definidos por dicho marco, especialmente en lo relativo a:
– Prácticas sociales, rituales y actos festivos: El hórreo es centro y pretexto de reuniones, celebraciones y expresiones comunitarias.
– Conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo: Su orientación, ubicación y técnicas constructivas reflejan un saber acumulado transmitido intergeneracionalmente.
– Técnicas artesanales tradicionales: La construcción y mantenimiento de hórreos implican oficios y técnicas que forman parte del patrimonio vivo.
Asimismo, el riesgo de erosión de este patrimonio inmaterial es significativo y justifica su inclusión en el registro como Manifestación Representativa. Entre los principales riesgos identificados se encuentran:
– Desvinculación funcional: La pérdida de su uso original como granero o almacén agrícola ha reducido su papel en la vida cotidiana, lo que debilita su presencia en las prácticas sociales vivas.
– Homogeneización cultural: La globalización y las transformaciones socioeconómicas amenazan la diversidad de significados y usos locales, diluyendo las particularidades identitarias.
– Desconexión intergeneracional: La transmisión de saberes, relatos y valores asociados a los hórreos se ve comprometida por la falta de contacto de las nuevas generaciones con estas estructuras en contextos de uso activo.
– Folclorización y banalización: Su explotación exclusivamente como recurso turístico puede vaciar de contenido los significados comunitarios originales, transformándolos en meros objetos decorativos.
– Pérdida de contextos culturales: La desaparición o alteración de los paisajes rurales en que se insertan los hórreos rompe la red de significados que los sustenta.
Por todo ello, se considera necesario incorporar este bien al ámbito de protección del patrimonio cultural inmaterial, asegurando que las medidas de salvaguarda se orienten a la preservación de su dimensión simbólica y social, y no únicamente a su conservación material. La declaración permitirá articular políticas y acciones que favorezcan: la transmisión intergeneracional de saberes y valores vinculados, el refuerzo de la identidad colectiva en las comunidades portadoras, la documentación y registro de testimonios, prácticas y significados y la difusión y sensibilización social sobre su valor inmaterial.
En definitiva, los hórreos del norte peninsular, como conjunto patrimonial inmaterial, constituyen un marcador cultural de primer orden, un puente entre pasado y presente que contribuye a la diversidad cultural y a la cohesión social. Su reconocimiento como Manifestación Representativa permitirá no solo salvaguardar un elemento esencial de la memoria colectiva, sino también reforzar el papel de las comunidades en la gestión y transmisión de este legado vivo.
2. Orígenes y evolución histórica
Los orígenes de los hórreos se remontan a sistemas de almacenamiento en altura presentes en la Europa atlántica desde época prehistórica, cuyo objetivo era proteger el grano de la humedad y de la acción de animales. La implantación de modelos construidos en madera se documenta en el ámbito cantábrico al menos desde la Edad Media, aunque es probable que existieran formas anteriores de carácter más efímero. Con el tiempo, la combinación de madera y piedra, y posteriormente el uso creciente de elementos pétreos en soportes y muros, consolidó tipologías adaptadas a las condiciones climáticas y a la disponibilidad de recursos locales.
2.1 Adaptación y estancamiento de modelos constructivos.
A lo largo de los siglos, los hórreos experimentaron un proceso de adaptación constante a las necesidades productivas y ambientales. En zonas de alta montaña se reforzaron las cubiertas para soportar nieve, mientras que en áreas costeras se optó por soluciones más ligeras y resistentes a la humedad. Sin embargo, a partir del siglo XX, con la mecanización agrícola y el uso de nuevos sistemas de almacenamiento, muchos modelos tradicionales quedaron estancados, reproduciéndose más por inercia cultural y valor identitario que por funcionalidad productiva.
La diversidad tipológica de los hórreos del norte peninsular responde a un largo proceso de adaptación a las condiciones ambientales, a las necesidades agrarias y a la disponibilidad de materiales en cada territorio. Este mosaico de soluciones constructivas conforma un patrimonio de enorme riqueza formal y simbólica.
2.2 Transformación y actualización de los usos.
Inicialmente, los hórreos del norte peninsular se diseñaron para servir de almacén en sentido amplio, donde guardar cosechas y alimentos, disponer aperos y localizar dependencias de todo tipo. Esta variedad de usos se resolvió en los diferentes territorios de manera uniforme, siempre acorde a una distribución vertical de funciones que distingue entre la zona de arriba y la de abajo.
La cámara de los hórreos, al encontrarse elevada del suelo, con buena ventilación y a salvo de roedores, se reservaba para cosechas y alimentos: cereales, alubias, manzanas, castañas, nueces, quesos, embutidos, jamones, tocinos, etc. En Asturias, además, se disponían colmenas y palomares de cajón en el espacio exterior de la cámara. Por su parte, la parte baja de los hórreos era objeto de múltiples usos que podían combinarse: estercolero, bodega, pocilga, leñera, gallinero, apeadero del carro y otros aperos agrícolas. Y también como lugar de trabajo resguardado de la lluvia, donde hacer cestos y madreñas, reparar herramientas, etc. Esta variedad de aplicaciones muchas veces exigía cerrar con pared el espacio bajo el hórreo; una costumbre que se documenta desde el siglo XV en Asturias y, en el XVII, en Navarra y País Vasco.
Esta distribución de funciones se mantuvo relativamente estable hasta la década de 1960, cuando la desagrarización y desruralización española –mecanización, reorientación productiva, terciarización, globalización, éxodo rural y envejecimiento demográfico– provocaron la decadencia de los hórreos. Muchos siguieron la senda iniciada siglos antes en el País Vasco, cuando las cosechas y alimentos empezaron a guardarse en la ganbara de los nuevos caseríos, mientras los hórreos se reconvirtieron en pajar, socarreña o cuadra. Otros, se abandonaron y dejaron caer, y otros comenzaron a usarse de trastero. En la actualidad, éste es el uso mayoritario de los hórreos norteños, el de contenedor liminal de cosas que ya no se usan y que sus titulares, por distintos motivos, todavía no desean desprender de ellas definitivamente. Algunos hórreos, simplemente, se encuentran vacíos, en el mejor de los casos, restaurados para ser contemplados, generar orgullo en sus titulares, despertar goce estético en quienes los observen y aportar rasgos culturales al paisaje.
En los últimos años se han desarrollado nuevos usos, más acordes con las necesidades contemporáneas de una población rural que ha dejado de ser campesina y responde a las categorías híbridas de «rururbanidad» y/o nuevas ruralidades. En el espacio rural, ahora conviven familias agroganaderas, propietarias de agroindustrias, dedicadas al turismo rural o neorrurales. También familias no agrícolas con empleos en ciudades, que diariamente practican movimientos pendulares entre su residencia y lugar de trabajo. Sin olvidar a familias urbanas con casa en el pueblo usada como segunda residencia en vacaciones y fines de semana. Todas ellas interesadas en dotar de contenido funcional a sus hórreos en sus propios términos y según sus propias demandas.
En Asturias, la mayoría de estos nuevos usos consisten en soluciones habitacionales de muy distinta intensidad, que van desde su acondicionamiento como cuarto de invitados, hasta su explotación comercial como alojamiento turístico, en la modalidad de apartamento o casa-hórreo. Esta respuesta social enlaza con una de las funciones tradicionales de los hórreos asturianos, ya mencionada por Jovellanos en el siglo XVIII, como era la de servir de dormitorio y morada temporal. Especialmente, en situaciones de escasez de parque de vivienda y en contextos de marginalidad socioeconómica. La experiencia vivida de las cuencas mineras asturianas desde mediados del siglo XIX hasta la década de 1960 resulta paradigmática de este proceso.
La reactivación de estos usos habitacionales ha provocado un encendido debate social sobre su legitimidad, pertinencia y legalidad, pues todos ellos requieren intervenciones en la integridad física de los hórreos. Aunque existen soluciones de mínima afección visual, la apertura de vanos de luz, canalizaciones de desagüe, instalación eléctrica y de bajantes de agua siguen creando gran disonancia social entre los discursos de las instancias patrimoniales autorizadas, los colectivos conservacionistas, la población civil titular de hórreos, el ámbito del estudio académico-científico, empresas relacionadas con el sector turístico, etc. En realidad, estos modos divergentes de querer y cuidar de ellos muestran una reelaboración de usos y significados que, lejos de hablarnos de la «defunción» de los hórreos –obsolescencia o inutilidad–, remite a narrativas esperanzadoras, donde predominan la vitalidad, el cambio y la actualización. Estas características son las que convierten a los hórreos en patrimonio inmaterial, por su carácter «vivo y dinámico», proveniente del pasado, y reproducido y transformado en el presente, que responde a exigencias de la sociedad actual, según sus propios valores y necesidades.
En Cantabria y León, la actualización de usos está siguiendo un proceso muy similar al asturiano, pudiendo contratarse alojamiento en hórreos rehabilitados como apartamentos o habitaciones. También en Galicia, los usos habitacionales se han concretado en varias iniciativas con distintos grados de afección en las arquitecturas.
Los usos alternativos y contemporáneos de los hórreos abarcan muchas otras posibilidades, tantas como necesidades tenga el grupo social. Una de ellas consiste en albergar oficinas o puntos de información turística, muy en relación con la función de los hórreos como expresión simbólica de identidades étnicas.
En la actualidad, existen hórreos-restaurante, hórreos-cine donde se proyectan películas y se celebran festivales cinematográficos, hórreos-museo, hórreos que sirven de galería de arte, y también hórreos-taller.
A día de hoy los usos sociales de los hórreos combinan multiplicidad de funciones productivas y simbólicas –unas provenientes del pasado y otras activadas en el presente–, que abarcan desde representaciones, expresiones, conocimientos y formas de socialización colectivas, donde la autorrepresentación del grupo social canalizada a través del hórreo constituye su eje principal, hasta unas utilidades de carácter netamente material y/o económico. A grandes rasgos, pueden distinguirse tres formulaciones de usos sociales:
1) Los usos que aprovechan espacialmente el hórreo en su condición de arquitectura.
2) Los que manejan su efigie en términos iconográficos, en tanto representación capaz de inspirar, expresar y cohesionar sentimientos de pertenencia.
3) Los que generan y se desarrollan vinculados a diferentes contextos de pensamiento abstracto.
2.3 Procesos de patrimonialización.
El conocimiento científico y la institucionalización patrimonial de los hórreos se han desarrollado en mutualidad y de manera retroactiva, dentro de una dinámica en la que se seleccionan determinados componentes del sistema cultural en función de su capacidad para representar, expresar y simbolizar sentidos de pertenencia comunitaria: son los denominados procesos de patrimonialización.
Estos procesos se han ido construyendo desde la segunda mitad del siglo XX en cada uno de los territorios del norte peninsular a través de diferentes instrumentos normativos de protección. La formulación de estas regulaciones varía de una comunidad autónoma a otra, pero todas ellas parten de la valoración físico-material de los hórreos y pretenden la preservación de sus arquitecturas. El contenido inmaterial de los hórreos, si acaso, alcanza un repertorio restringido de saberes técnicos, canciones, leyendas o creencias concebidas como folklore, en tanto expresión popular y rural de unos modos de vida tradicionales –por lo general, atemporales o preindustriales–, que se transmiten oralmente. La reciente dimensión intangible de los hórreos como referente simbólico identitario local, construido, amplificado y resignificado en el marco de la modernidad tardía, todavía no se ha reflejado en las normativas patrimoniales autonómicas de modo específico; esto es, vinculadas directamente a los hórreos.
3. Saberes, creencias y expresiones populares
Los hórreos constituyen expresiones de la cultura y modos de vida de las comunidades en que se encuentran, en tanto que son resultado de una serie de saberes técnicos, conocimientos, contextos socioeconómicos y cosmovisiones espacial y cronológicamente situadas. Estos acervos culturales han sido los responsables de moldear los hórreos creados en Galicia, Asturias, León, Cantabria, Navarra o País Vasco.
El contenido inmaterial que de modo más evidente se relaciona con los hórreos es el conjunto de saberes técnicos implicados en su construcción, que incluyen conocimientos matemáticos, físicos y mecánicos, del medio natural –astronomía, meteorología, geología, botánica, petrología, entre otros–, así como destrezas propias de oficios como la cantería, carpintería, talla de madera, cerrajería, cerámica, etc. En las comunidades del norte peninsular, la transmisión intergeneracional de estos saberes muestra gradientes muy diferenciados, según fuese su reacción a las nuevas necesidades de almacenaje tras la llegada del maíz. En aquellas comunidades donde su cultivo reactivó la construcción de hórreos, esos saberes técnicos continuaron reproduciéndose, mientras que en las demás se fueron olvidando poco a poco.
En Navarra, esta transferencia intergeneracional continúa en la construcción de tejados de tablillas en madera de haya, denominadas oholak, que cubrían los hórreos y otros edificios en las comunidades pirenaicas de la Selva de Irati. En la actualidad, sólo el hórreo de Orbaizeta conserva tejado de tablillas, pero el oficio de tablillero continúa en dos artesanos, ambos registrados en la Red de Maestros de la Construcción Tradicional. Recientemente, han techado la ermita de la Virgen de las Nieves y un peso para ganado con esta técnica, y desde enero de 2024 imparten clases de formación.
En Asturias y Galicia, los saberes constructivos asociados a los hórreos siguen vivos y están siendo recreados constantemente, combinando tecnologías tradicionales con otras contemporáneas y transmitiéndose mediante aprendizajes basados en la experiencia. En Galicia, dichos saberes coinciden con los oficios de carpintería y cantería, sin que los hórreos hayan dado lugar a una rama profesional específica más allá de las mencionadas. En cambio, la complejidad estructural de los hórreos asturianos, así como la envergadura de sus piezas, hizo necesaria cierta especialización dentro de la carpintería de armar. Sin embargo, el creciente interés social por los hórreos, expresado en la elevada demanda de restauraciones y construcciones, ha animado la creación de un nuevo término para referirse a este oficio, acuñado en los últimos años dentro del asociacionismo civil patrimonial: el de «maestro horrero» o «maestru horreru», según se conjugue en lengua castellana o asturiana. En Asturias trabajan medio centenar de artesanos que, entre sus servicios, ofrecen los de restauración y/o construcción de hórreos, aunque no existe un registro oficial sobre esta especialidad.
En Cantabria y León, donde este oficio se perdió hace tiempo, las iniciativas de restauración y construcción de hórreos se están resolviendo con la ayuda de profesionales asturianos. Incluso en ejemplares de otras tipologías, como ha sucedido con la recuperación del hórreo de Cotillo (Cantabria). La vitalidad de este oficio en Asturias se acompaña, además, de una relativa juventud de los artesanos, en su mayoría varones entre los treinta y cincuenta años, lo que garantiza su continuidad en el futuro.
En todos los oficios mencionados –fabricación de tablillas y hórreos– existe un grado de masculinización que alcanza la totalidad de las iniciativas, hasta el punto de que no existe presencia femenina en la práctica ni en la transmisión de sus conocimientos técnicos. Una situación para tener en cuenta a la hora de desarrollar las medidas de salvaguarda necesarias.
Continuando con el contenido inmaterial de los hórreos, en su acepción de expresión de modos de vida «tradicionales», existen numerosas canciones, proverbios y refranes populares que utilizan los hórreos para fijar comportamientos y transmitir todo tipo de consejos. Se trata de textos orales que, en mayor o menor medida, condensan las cosmovisiones de las sociedades campesinas, donde el hórreo ocupaba una posición central por su relación con las cosechas y alimentos, así como por su omnipresencia en el paisaje.
El espacio bajo los hórreos del norte peninsular ha servido para múltiples tareas y celebraciones; carpinteros, madreñeros y cesteros han dispuesto ahí sus bancos e instrumentos de trabajo; han tenido lugar las esfoyazas o foliadas para enristrar las mazorcas de maíz y quitarles las hojas, según fuese en Asturias, León o Galicia; se mataba el cerdo por San Martín y los jamones y tocinos se salaban en un duerno dentro del hórreo; también allí los maestros ambulantes contratados por las familias de un pueblo daban clase a su alumnado, se celebraban convites de bodas, bailes planeados o repentistas, juntas de concejo abierto o asambleas vecinales. Incluso hoy en día, muchos hórreos funcionan como tablón de anuncios para bandos municipales, carteles de fiestas, esquelas, ofertas de empleo, etc.
En Asturias, ese espacio –denominado so l’horru– sigue siendo un lugar de socialización y reunión para aquellas familias propietarias de un hórreo. Pero, además, debajo de los localizados en plazas o espacios comunitarios se han empezado a celebrar desde hace pocos años encuentros, charlas, conciertos y obras de teatro programadas por asociaciones e instituciones públicas. Una tendencia que habla de la actualización y resignificación social de los hórreos del norte peninsular, y que por ahora resulta especialmente dinámica en Asturias.
Hórreo, horru, hurriu, orrio, garai, garaixe, garea, garaia, cabazo, troje, troxa o arnaga son algunos de los nombres que esta solución de almacenaje ha recibido en los territorios del norte peninsular. Esta variedad léxica es reflejo de la riquísima diversidad cultural que late en estas construcciones y se evidencia en todos los aspectos que constituyen su realidad material e intangible. Uno de esos aspectos es la terminología empleada para denominar sus partes constructivas, conjugada en idioma galego, asturianu, llionés, cántabru y euskera. Por ejemplo, los pilotes sobre los que se levantan los hórreos, que son el elemento común y definitorio de todos ellos, reciben los nombres de pegollos en Cantabria, León y Asturias; en esta última también peullos, pigollos, pigochos o piales; pes, pes dereitos, cepas o esteos en Galicia, pilar o postie en Navarra y abearria en el País Vasco.
Igualmente, esta diversidad se hace patente en sus materiales de construcción, reflejo de los ecosistemas, industrias locales y saberes populares de dichas comunidades. De este modo, las cámaras pueden estar realizadas en madera de roble o castaño, piedra –caliza, arenisca, pizarra o granito–, entretejidos vegetales, entramados de materiales diversos, ladrillo, con revoques de barro, cal y arena… Incluso hay hórreos que hibridan esos materiales. Las cubiertas pueden ser de teja curva o plana, de tablillas de haya –denominadas oholak, olak, etxoilak o etxolak–, de losas de pizarra o de haces vegetales, elaborados con paja de cereales varios y también con plantas como la escoba (cytisus scoparius).
Asimismo, se refleja en los sistemas constructivos desarrollados en cada territorio. Las cámaras pueden levantarse con fábricas de sillares o mampostería, con lienzos de listones de madera y con tablones machihembrados o ensamblados a la media madera, dispuestos en horizontal y vertical. Hay hórreos con distintas proporciones, de planta cuadrada y rectangular, con cubierta a dos y cuatro aguas, etc. su aspecto formal es tan diverso como lo ha sido el ingenio de las comunidades que los idearon y edificaron.
Esta pluralidad también se manifiesta en las decoraciones de los hórreos, tanto en lo referido a su intensidad, como creatividad, iconografías y estilos artísticos. En este sentido, los hórreos de Asturias resultan excepcionales por la profusión y composición de sus programas decorativos, plenamente desarrollados al menos desde finales del siglo XV. Las escenas eróticas, de caza, los retratos de titulares, las representaciones de soldados de todas las épocas –también de la guerra civil española–, las figuras humanas y de animales, los seres mitológicos, los motivos religiosos, objetos modernos como los relojes, las idealizaciones vegetales e incluso los programas decorativos geométricos, entre otros muchos, abren una ventana para comprender las inquietudes de la sociedad que los creó. En la actualidad, los hórreos asturianos siguen siendo lienzo de expresión. Las decoraciones planificadas se inspiran en motivos tradicionales como trisqueles, roleos y hexapétalas a los que se concede fuerte carga identitaria. Pero también existen ejemplos repentistas que, a modo de grafiti, comunican necesidades, ideas y modos de vida: dibujos hechos por los nietos al visitar a sus abuelos en el pueblo, cuentas matemáticas, firmas de titulares, anuncios de negocios, etc.
Las epigrafías de los hórreos aportan otra capa de significado que incluye creencias religiosas, conceptos como el prestigio social o simplemente el impulso de dejar constancia sobre algo. Cabe citar, por ejemplo, las invocaciones del tipo «viva Jesús y María», «ave María Purísima sin pecado concebida» y «viva mi dueño», así como las firmas de autoría y propiedad, entre otras muchas.
En los demás territorios norteños, las decoraciones se enmarcan en el denominado «arte popular», en su acepción de diseño esquemático, de ejecución sencilla, repetido a lo largo del tiempo sin apenas variación y con intencionalidad más ornamental que expresiva. Los repertorios habituales, que también aparecen en los hórreos asturianos, incluyen rosetas de variados diseños, cenefas de dientes de sierra, espinas de pez, ajedrezados, aspas, sogueados y cruces. Aunque no es habitual, junto a estos diseños pueden aparecer escrituras religiosas o de autoría, como en los hórreos de Casa Domench (Navarra).
4. Percepción e implicación social
En conjunto, los hórreos norteños constituyen expresiones de la tradición cultural o cultura tradicional de sus respectivos territorios: provienen del pasado, ayudan a dar sentido al presente y confieren certidumbre al futuro. Funcionan como un potente vínculo de cohesión grupal, aunque su fuerza y autopercepción no siempre sean iguales en todos los territorios, ni sucedan al mismo tiempo.
Los hórreos han experimentado profundos cambios a lo largo de la historia en sus formas, proporciones y materiales, pero se perciben y presentan como si no lo hubiesen hecho. Lógicamente, en Asturias, Galicia y León, donde la construcción de hórreos continúa en el presente, esa percepción es mucho más fuerte que en otras comunidades, como Navarra y País Vasco, cuyos hórreos tienen la consideración de monumento histórico-artístico y están situados en un tiempo pasado, cronológico y fuera de la «tradición» entendida como continuidad.
El reconocimiento colectivo de esta valía de los hórreos resulta abrumador y suele manifestarse con los términos icono, tótem, templo, cofre, reliquia, tesoro o joya, así como frases del tipo «seña de identidad», «nuestro ADN», «almacenes de identidad» o «altares do vento» que suelen utilizarse para referirse a ellos. El denominador común a estas expresiones es su carga de sacralización, por otra parte, habitual en los procesos de construcción de identidades étnicas, donde se rinde culto a la propia colectividad.
La fuerza del fenómeno obliga a preguntarse por los méritos que reúnen los hórreos, frente a otras arquitecturas o manifestaciones culturales, para haber sido seleccionados y transformados en símbolo de identidades colectivas. A continuación, se listan algunos de sus principales méritos:
– Son resultado de conocimientos, saberes y pericias técnicas complejas que resultan muy valoradas en los ámbitos profesionales. Por otra parte, desde perspectivas no expertas, esa complejidad sorprende por entenderse que desafía las competencias tecnológicas de su tiempo, provocando que los hórreos se perciban como artefactos fuera de tiempo. En cualquier caso, ambas respuestas convergen en su estima y aprecio hacia los hórreos.
– Constituyen una bioconstrucción modélica, por su utilización de técnicas y materiales respetuosos con el medio ambiente, el consumo eficiente de energía y su mínimo impacto sobre el ecosistema.
– Connotan autenticidad por usar principalmente materiales constructivos «crudos» o de bajo procesado, como madera, piedra, barro, paja, teja o ladrillo; por su relación con las actividades primarias –agricultura y ganadería– y por su localización rural cercana a la naturaleza.
– Provocan extrañamiento fuera de la colectividad a la que pertenecen.
– Constituyen un potencial recurso económico para las zonas rurales, de la mano del turismo cultural y el denominado turismo étnico, de raíces o de nostalgia.
– Presentan importantes cualidades estéticas en sus formas, proporciones y plasticidad, que generan atracción, disfrute y goce visual en quien los contempla.
– Tienen una notable capacidad de estilización plástica que permite crear imágenes de alta expresividad con un mínimo número de trazos. Esta cualidad ha hecho posible su conversión en logotipos o iconos en diversas iniciativas.
Estas cualidades de los hórreos se enuncian y adquieren sentido desde el presente, según los principios, intereses y preocupaciones de la sociedad actual, y siempre en términos que para ella resultan significativos. Esto facilita a las comunidades de referencia sentirse orgullosas de sus hórreos y seleccionarlos como símbolo de representación colectiva.
La manifestación del simbolismo de los hórreos no es igual en todas las comunidades de referencia, pudiendo establecerse dos grupos generales, en función del número total de ejemplares conservados.
4.1 Las comunidades con baja densidad de hórreos.
Un primer grupo estaría conformado por los territorios del País Vasco, Navarra, Cantabria y León, donde la presencia de los hórreos en el paisaje actual oscila entre los 0,001 y 0,02 ejemplares por kilómetro cuadrado. Estas cifras dificultan que los hórreos formen parte de los mapas cognitivos y memorias individuales que construyen las identidades colectivas. De ahí que su significación social se haya ido atenuando con el tiempo. No obstante, esta situación ha comenzado a revertirse en los últimos años y los hórreos han adquirido nuevo impulso.
En el Pirineo navarro, la Mancomunidad del Valle de Aezkoa –integrada por nueve municipios– constituye una de esas excepciones, pues en sus términos se concentra el 68 % de todos los hórreos existentes en Navarra, hasta un total de quince ejemplares. Esta representatividad en el territorio, junto a las particulares condiciones económicas del valle, han activado la capacidad de los hórreos para vehicular y expresar simbólicamente identidades colectivas.
En la misma línea, Cantabria conforma otro ejemplo de activación de identidades colectivas que encuentran en los hórreos su vehículo de expresión, con independencia del número que se conserven en la actualidad. Los veintiún ejemplares de Cantabria, que arrojan una densidad de 0,004 por kilómetro cuadrado –algo mayor en La Liébana–, no son suficientes para resultar seña definitoria del paisaje cántabro, pero esto no ha mermado su potencial simbólico-identitario. La creación de la Asociación de Amigos del Hórreo Cántabro en 2021 ejemplifica hasta qué punto los hórreos son capaces de canalizar sentimientos y emociones de pertenencia.
Por lo que respecta a León, el nacimiento de la asociación Amigos de los Hórreos Leoneses (2023) ha supuesto el cénit de la movilización del hórreo como canal de expresión simbólica de identidades. El principal objetivo de la asociación, según consta en sus estatutos, es la promoción de «los hórreos o graneros elevados como expresión de su cultura autóctona». Pero, mucho antes, ya se habían producido iniciativas más tímidas que expresaban y animaron el interés social por los hórreos.
4.2 Las comunidades con alta densidad de hórreos.
Asturias y Galicia constituyen el grupo de comunidades donde la capacidad de los hórreos para representar identidades colectivas se activó de forma más temprana y donde ofrece mayor dinamismo. Las densidades de 2,83 y 3,38 ejemplares por kilómetro cuadrado, respectivamente, evidencian que los hórreos conforman uno de los principales marcadores culturales de sus paisajes, cuya presencia permite reconocerlos de manera inmediata como propios de Asturias y Galicia.
5. Comunidades portadoras
La fuerte implicación social se relaciona con la expresión «comunidad portadora» utilizada por la normativa de aplicación patrimonial, desde que fuera promulgada la Ley 10/2015, de 26 de mayo, para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial –en adelante, LPCI–. No obstante, la complejidad del fenómeno obliga a trabajar con una noción de grupo social, colectividad o comunidad de referencia que llega a desbordar el alcance del término «comunidad portadora» en tanto «titulares, mantenedoras y legítimas usuarias» de los hórreos [LPCI, artículo 3.c)]. Su condición de vehículos, catalizadores y expresiones simbólicas de sentimientos de pertenencia en los territorios del norte peninsular, necesariamente, también incluye a los «grupos, comunidades portadoras, organizaciones, asociaciones ciudadanas» [LPCI, artículo 3.d)] y personas que a nivel individual se sienten interpeladas por dicho contenido inmaterial de los hórreos y que con su práctica cotidiana lo actúan, recrean y transmiten, pese a no ser titulares, mantenedoras ni legítimas usuarias de ningún hórreo, en el sentido arquitectónico y material del término.
Esta acepción más amplia de «comunidad portadora» incluye, por tanto, instituciones públicas y privadas, asociaciones y organizaciones ciudadanas, personas propietarias de hórreos, la clientela que encarga su construcción y/o restauración, profesionales que responden a dichos encargos, personas del ámbito científico-académico que los estudian, artesanas de diferentes campos que reproducen su figura, personas que compran los objetos así creados, titulares de empresas, establecimientos y marcas comerciales que han seleccionado el hórreo como su logotipo, artistas plásticas que se inspiran en él para expresar su creatividad, así como toda clase de ciudadanía que de manera individual y diversa exterioriza, siente y recrea su identidad colectiva y sentido de pertenencia a través de los hórreos.
La fuerza simbólica del hórreo en Galicia y Asturias se origina a finales del siglo XIX, coincidiendo con dos procesos migratorios opuestos, pero con idéntico resultado anímico de desarraigo, pérdida de raíces y disolución de identidad. Por un lado, la llegada de población desde diferentes lugares de España para trabajar en la industria asturiana. Y por otro, la emigración a América de jóvenes gallegos y asturianos en busca de oportunidades de futuro. En estos contextos de cambio y movilidad, el hórreo se convirtió en un potente vehículo de reanclaje, capaz con su sola presencia de fortalecer sentidos de pertenencia en situaciones de crisis.
La práctica de instalar hórreos –históricos o de nueva planta– en los centros o casas de Asturias y Galicia en el exterior, responde a esa necesidad de seguir formando parte de la comunidad, incluso no estando físicamente en ella. Los hórreos del Centro Asturiano de La Habana, Buenos Aires, Mallorca, Barcelona o León, así como los del Centro Gallego de Barakaldo y de Buenos Aires, son buena muestra de ello. También los galardones «hórreo de oro» desarrollados por diferentes entidades, como el Real Club Automóvil de Asturias (1937), la Cámara de Comercio de Gijón (1981), la Asociación Cultural «El Hórreo» de Barcia (2000) o el Centro Asturiano de Bruselas (2007).
Los productos que hoy en día se venden en las tiendas de recuerdos turísticos confirman la función del hórreo como símbolo de identidad colectiva en Galicia y Asturias. En ellas, su imagen se reproduce hasta el infinito en camisetas, llaveros, broches, abrebotellas, platos decorativos, tazas, miniaturas, pendientes, dedales, bolsas de tela, imanes de nevera y todo tipo de objetos. La presencia del hórreo en estos comercios resulta tan abrumadora que arrincona los demás elementos del repositorio cultural asturiano y gallego.
La demanda para construir hórreos de nueva planta y rehabilitar ejemplares históricos ha experimentado un importante crecimiento en los últimos años. Los ejemplares nuevos que siguen la tradición constructiva, tanto gallegos como asturianos, suelen estar hiperdecorados con trisqueles roleos y hexapétalas –incluso cuélebres–, por conformar imaginarios «celtas» a los que hoy se concede carga identitaria. Esta tendencia resulta coherente con la progresiva estetización de los hórreos, convertidos en una arquitectura más contemplativa que funcional, capaz de generar orgullo y goce estético en quienes la contemplan.
Paralelamente, sobre todo en Galicia, se están construyendo hórreos que incorporan técnicas y materiales contemporáneos, mucho más económicos que la tradicional piedra y madera de castaño: ladrillos, bloques de cemento, planchas de fibrocemento, enrejados, pino tratado en autoclave, etc. Los resultados de estas actualizaciones son muy variables, pudiendo oscilar entre soluciones tildadas de feístas y otras muy cuidadas de estética vanguardista. En Asturias, la normativa patrimonial sobre hórreos ha influido para que dichas innovaciones no trasciendan la fase de diseño, destacando las propuestas del Laboratorio Biomimético, con sede en Ladines (Sobrescobio).
En los últimos años, tanto en Asturias como Galicia, está aconteciendo un proceso de miniaturización de los hórreos –algunos, de escala 1:4– que los convierte en esculturas para decorar fincas y jardines particulares. Con independencia de su tamaño, estos mini hórreos confirman el profundo arraigo social y colectivo de estas arquitecturas.
Tanto es así, que la forma de los hórreos asturianos y gallegos es recreada y reproducida de manera continuada con soportes y finalidades de lo más diverso: iluminaciones navideñas, papeleras, buzones o parrillas. También es el protagonista de escaparates, nombres de comercios, etiquetas y carteles, entre otros muchos.
El hórreo también se ha convertido en musa o vehículo de inspiración para la creación artística en sentido amplio, tanto en el terreno plástico como en las artes escénicas, la literatura, el cine, etc. Asimismo, existen centros de interpretación sobre el hórreo, como los de Asturias: la Casa’l Horru (2009) y el Centro de Interpretación del Hórreo (2012), respectivamente, localizados en Sietes y Bueño. Y otros que se proyectan construir en un breve período de tiempo, como los de Ponteceso (Galicia) y Anievas (Cantabria).
Todas estas prácticas sociales en torno a los hórreos evidencian la importancia social que revisten en la actualidad. Desde finales del siglo XIX, los hórreos han trascendido su inicial función de almacén, su localización rural y su fisonomía tradicional, para adoptar todo tipo de formas, materiales, soportes y finalidades. Los hórreos han desbordado los límites de su arquitectura para impregnar la cultura del norte peninsular, con su presencia en las formas de hacer, pensar y sentir de estas comunidades. Lógicamente, la intensidad de este fenómeno varía de unos territorios a otros, pero en conjunto conforman una unidad de significado que muestra el potencial simbólico de los hórreos en el norte de España.
6. Dimensión internacional
Los hórreos como solución de almacenaje no son un fenómeno exclusivo del norte peninsular, sino que forma parte de sistemas culturales de ámbito internacional. En lugares muy alejados entre sí, se desarrolló una respuesta común de cámara elevada sobre el suelo, para favorecer la ventilación e impedir el acceso de termitas, roedores y otras alimañas. Sin embargo, las arquitecturas resultantes ofrecen una riquísima variedad, fruto de la disponibilidad de materiales, las prácticas culturales y la creatividad de los colectivos que las idearon.
La Europa occidental se caracteriza por su consideración de los hórreos como patrimonio cultural, a finales del siglo XIX. Esto explica que muchos ejemplares, sobre todo del área escandinava, alemana y neerlandesa, se hayan conservado gracias a formar parte de museos al aire libre.
El fenómeno de los hórreos adquiere especial relevancia en la zona de Asia-Pacífico, debido a los gradientes de humedad producidos por la combinación de altas precipitaciones y temperaturas. Aquí, la solución de cámara sobre pilares desborda el almacenaje, alcanza también las viviendas y muestra una diversidad sin precedentes, favorecida por la prevalencia de insularidades.
Por lo que respecta a África, la presencia del hórreo se extiende por todo el continente, adoptando soluciones de pequeño tamaño y a cuyo interior suele accederse quitando la cubierta.
En el continente americano, cabe citar los cuexcomates, coscomate o cuezcomatl, de origen precolombino, vigentes en el estado de Morelos (México) hasta mediados del siglo XX y hoy convertidos en artesanías. También se registran en Brasil, Argentina y Ecuador.
Este carácter internacional de los hórreos constituye un catalizador que puede aprovecharse para tejer redes, fomentar el intercambio cultural y generar soluciones a problemáticas que, seguramente, resultan comunes a muchas comunidades. Esta diversidad de los hórreos en cuanto a formas, materiales, evoluciones históricas, conocimientos, léxicos o significados puede transformarse en plataforma para la innovación social, el aprendizaje colaborativo y la resolución de desafíos compartidos. Una riqueza cultural que, lejos de separar o desconectar, puede convertirse en motor de cambio y unión comunitaria.
La creación de la Red Internacional Hórrea, a iniciativa de la Asociación del Hórreo Asturiano, constituye un paso en este sentido. Actualmente, la integran varios colectivos y personalidades vinculadas a los hórreos y/o el patrimonio cultural, procedentes de España, Portugal y Turquía.
7. Medidas de salvaguarda
El contenido inmaterial de los hórreos como canal de expresión de sentidos de pertenencia tiene su principal medio de salvaguarda en la comunidad portadora, pues es ella quien con su práctica cotidiana se encarga de reproducir y recrear sus emociones identitarias a través de los hórreos. La vitalidad de las iniciativas sociales mencionadas en el apartado anterior, en sí misma, ya resulta una garantía de salvaguarda. No obstante, a continuación, se mencionarán las principales medidas de salvaguarda en el ámbito de las instituciones públicas y asociaciones sin ánimo de lucro.
Contar con un marco normativo suficiente que atienda la realidad y necesidades específicas de preservación física de los bienes materiales es el primer paso, pero también debe contemplar y trascender esa realidad, ya que para la salvaguarda la dimensión inmaterial que esta declaración atiende debe incorporarse de forma explícita en los procesos de identificación, documentación, estudio y difusión del patrimonio cultural.
De manera paralela, y con el fin de apoyar los fines contemplados en la normativa cultural, las administraciones públicas han venido implementando iniciativas de distinta naturaleza, tales como convocatorias de líneas de subvención para la conservación, restauración o rehabilitación de estos bienes.
Fuera ya del ámbito estrictamente normativo, pero sí dentro de las competencias autonómicas de planificación, tiene singular trascendencia el impulso realizado en Asturias, que culminó con la elaboración del Plan del Horru (2023), que incorpora medidas centradas en los contenidos inmateriales de los hórreos.
La articulación de la sociedad civil se sustancia en diferentes asociaciones que tienen en el hórreo su nexo común, resultando unas veces transversal y otras nuclear en cuanto a sus fines y objetivos. Entre ellas, las agrupadas en la Red Internacional Horrea de Graneros Elevados, presentada formalmente en 2021. La conjunción de voluntades que representa Horrea está permitiendo organizar y potenciar acciones vinculadas con este patrimonio a escala local, autonómicos e internacional.
Forman parte de ella asociaciones especializadas en los hórreos, como la Asociación Amigos del Hórreo Asturiano/Asociación del Hórreo Asturiano (2016), Amigos del Hórreo Cántabro (2021) y Amigos de los Hórreos Leoneses (2024), y otras dedicadas a la salvaguarda del patrimonio cultural, como la Asociación para a Defensa do Patrimonio Galego (APATRIGAL). En ella también se integran representantes de instituciones públicas con competencia en patrimonio cultural en Navarra y País Vasco.
La existencia de museos o infraestructuras culturales específicas resulta clave para apuntalar la salvaguarda inmaterial de los hórreos. Es cierto que existen museos que ya los tienen incorporados a sus colecciones –en especial, los museos etnológicos de Asturias, León y Cantabria–, pero resulta fundamental el papel desempeñado por los centros dedicados en exclusiva a los hórreos, cuya financiación, cuando no su titularidad, viene a ser íntegramente pública. Entre ellos, se encuentran los de la Casa’l Horru (Sietes) y el Centro de Interpretación del Hórreo (Bueñu), a los cuales están por sumarse otros centros en Ponteceso (Galicia) y Anievas (Cantabria).
Igualmente, cabe mencionar el desarrollo de rutas que tienen en los hórreos su elemento guía y que han sido desarrolladas por las administraciones públicas. Tal es el caso de la Ruta de los hórreos puesta en marcha por la Junta del Valle de Azkoa (Navarra). Junto a ellas, las entidades sin ánimo de lucro han puesto en marcha iniciativas como el Bus Etnográfico de la Fundación José Cardín Fernández, que interpreta los hórreos más destacados del concejo de Villaviciosa, y la Ruta de los Hórreos de Casomera (Asturias) impulsada por la Asociación del Hórreo Asturiano, con el apoyo del Ayuntamiento de Aller. Estas son algunas de las iniciativas más destacadas de los últimos años, si bien la utilización de los hórreos como elemento central para activar encuentros y salidas culturales es una solución que está siendo ampliamente practicada por el tejido asociativo.
El trabajo de registro etnográfico realizado por las instituciones públicas de Navarra sobre la técnica constructiva de las tablillas desde 2006, así como la actual implementación de cursos de formación profesional no reglada para transmitir el oficio, constituyen importantes medidas de salvaguarda de los contenidos inmateriales de los hórreos.
Por último, los Premios del Horru Asturianu que convoca la Asociación del Hórreo Asturiano desde 2021, donde se premia a personas y colectivos por sus aportaciones al conocimiento y conservación de los hórreos, en el ámbito local, nacional e internacional, constituyen una acción que redunda en la salvaguarda del componente inmaterial de los hórreos.
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